La visita a la Lutherhaus bien merecía un pequeño
homenaje. Una de las muchas Bäckerei
(panadería) que sazonan la ciudad fue la excusa perfecta para ello. Y entre
bocado y bocado de un almibarado dulce, cuyo largo e impronunciable nombre
quedó en el olvido perpetuo, tomamos la Lutherstrasse
hasta desembocar en su confluencia con la Frauenplan.
Sin dar tiempo a terminar el empalagoso refrigerio divisamos la escultura de un
personaje que nos es del todo apreciado y familiar; al fondo, a pocos metros
de distancia, una rústica casa que destaca por su color amarillo toscano, cierra
nuestro ángulo de visión. Nos encontramos en la Bachhaus (casa de Bach) y el Bachdenkmal
(monumento a Johann Sebastian Bach).
Bachdenkmal en Eisenach |
Pausadamente nos
situamos a los pies del Maestro, al tiempo que nuestras mentes rememoran las
voces, acompañadas de toda la magia instrumental de trompas, trompetas,
clarinetes, oboes, fagots, violas y violines, del majestuoso Gloria de la citada Misa.
Nuestro estimado Bach
nació en esta población un 21 de marzo de 1685. Hoy día se sabe con certeza que
la que se nos presenta como tal no fue su casa natal; diversas fuentes apuntan
a la actual Lutherstrasse 35 como lugar de nacimiento. Con independencia al
lugar exacto, lo que se sabía con certeza, por condición familiar, es que el
niño sería músico, aunque posiblemente nadie llego a sospechar, ni en vida ni en
muerte del Maestro, que aquel Isenacus,
como gustaba firmar, habría de convertirse en el más grande compositor que
parió madre. ¿Exagero? Quizá sí, soy del todo parcial, pero a medida que los
compases del primer movimiento de la Cantata
140 resuenan implacables a través de la memoria, el corazón me dicta que
sí, que el dominador del contrapunto, el perfeccionador de la coral luterana,
el laborioso músico de Dios, en definitiva, sobrevuela en otra dimensión al
resto de los mortales.
«Inicialmente estaba Bach..., –señaló Pau Casals– y entonces todos los otros». Y es que a tenor de lo excelso de la obra bachiana, mucho se ha escrito y hecho desde que el joven Mendelssohn recuperara para el gran público la Pasión según San Mateo; pero por cosa de los inexplicables vericuetos de la memoria, aflora en estos instantes una humilde escena fílmica que quedó grabada en mi retina adolescente. Se trata del film Hijos de un dios menor. Un profesor (William Hurt) trata de explicar gestualmente a su alumna y amante con sordera (Marlee Matlin) el segundo movimiento del Concierto para dos violines en re menor. ¿Cómo transcribir ese perfecto y pausado equilibrio entre los dos instrumentos? ¿Cómo plasmar la imbricada alternancia de dos melodías que se conjugan en un in crescendo de dulzura y melancolía? I can´t, concluye Hurt, y en esos instantes abraza y besa a Matlin para expresar toda la ternura y grandeza que la pieza inspira.
«Inicialmente estaba Bach..., –señaló Pau Casals– y entonces todos los otros». Y es que a tenor de lo excelso de la obra bachiana, mucho se ha escrito y hecho desde que el joven Mendelssohn recuperara para el gran público la Pasión según San Mateo; pero por cosa de los inexplicables vericuetos de la memoria, aflora en estos instantes una humilde escena fílmica que quedó grabada en mi retina adolescente. Se trata del film Hijos de un dios menor. Un profesor (William Hurt) trata de explicar gestualmente a su alumna y amante con sordera (Marlee Matlin) el segundo movimiento del Concierto para dos violines en re menor. ¿Cómo transcribir ese perfecto y pausado equilibrio entre los dos instrumentos? ¿Cómo plasmar la imbricada alternancia de dos melodías que se conjugan en un in crescendo de dulzura y melancolía? I can´t, concluye Hurt, y en esos instantes abraza y besa a Matlin para expresar toda la ternura y grandeza que la pieza inspira.
Y ya puestos a traer a
la palestra juveniles remembranzas, no puedo obviar la extraña excitación que
me produce en este rincón de la Turingia el recuerdo de aquellos embelesadores
sonidos que, a través de una magia inescrutable, emanaban de un viejo
radiocasete, dando forma a mis infantiles fantasías con los Conciertos de Brandeburgo cuarto y
quinto.
Bachhaus en Eisenach |
El niño Sebastian,
continuando el oficio de la saga familiar, estaba predestinado a ser músico. Su
padre Johann Ambrosius era director de la agrupación musical del municipio (Haussmann),
cargo que compaginó con el de miembro de la capilla de la corte ducal,
formación musical establecida por el duque Juan Jorge I de Sajonia-Eisenach. De
todas las actividades frecuentes de su progenitor el niño mamó el talento
musical; un talento entendido como laborioso oficio artesanal con el que
alimentar las bocas, no como un romántico ejercicio inspirador.
Una vez vista la Bachhaus pudimos imaginar el trasiego
que el pequeño Sebastian vivió en la cotidianidad de su hogar natal. Ayudantes
y aprendices transitaban en sus idas y venidas por el lugar. Allí se enseñaba,
se practicaba y se interpretaba la música. Se recopilaban y copiaban partituras, e incluso, se reparaban y mantenían instrumentos.
Llegó el momento en que
nuestras pesquisas en torno al niño Bach requerían cambiar de escenario, a
todas luces las pistas nos conducían hacia la Plaza del Mercado de la ciudad. Antes
de partir, una nueva parada ante la estatua del Maestro: A sus pies, mi
estimado Bach.
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