En ocasiones los extras
nos sorprenden. Cierto que esta afirmación es una perogrullada, pues aquello
que se adapta a lo preconcebido pierde la capacidad de asombro que nos ofrece
lo inesperado.
La tarea del buscador
de Rincones con historia (en adelante “el buscador”) suele desarrollarse en líneas generales por un proceso en el que se dan cuatro etapas bien diferenciadas.
En primer término se encuentra la fase que denomino «primer amor». Aquí surge la chispa; crece el deseo y, envuelto en los hormigueos del enamoramiento, se anhela con fervor adolescente visitar el lugar en cuestión. Ahora bien, para “el buscador” esa visita requiere una segunda fase llamada «cortejo».
En el cortejo se despliegan nuestras mejores capacidades para adquirir un mayor conocimiento de nuestro objeto de deseo. Este momento no es baladí, de él depende en buena medida el éxito de nuestra tercera fase: el «encuentro».
En el encuentro “el buscador” no se limita a realizar una visita de cortesía, una mera formalidad con la que completar su agenda. En el encuentro se plasman vívidamente todas las calenturientas fantasías que hemos ido construyendo en fases anteriores, y en ocasiones, no siempre, la química favorece la aparición del verdadero amor. Cuando esto ocurre, la última fase llega a perdurar largo tiempo a través de la «evocación».
Muchos evocan sus encuentros visionando y escuchando una y otra vez el material audiovisual obtenido, otros usan de las redes sociales para dar perdurabilidad al evento, y algunos, entre ellos “los buscadores”, tratamos de recrear el acontecimiento escribiendo, ves a saber con qué ínfulas, en un humilde blog.
El hecho de dar forma en negro sobre blanco a los avatares diversos del "buscador" es especialmente recomendable en mi caso, dado mi permanente olvido, y pereza, por qué no decirlo, a realizar las fotografías o vídeos de rigor. Amén de mi maniática obsesión por no salir en plano. Discúlpenme mis sufridos lectores si no amenizo estas aburridas parrafadas con mayor profusión de documentación gráfica, aunque tampoco, créanme, es mi intención hacer de cada post un reportaje del Hola. Quizá, llevado de una cierta locura quijotesca, las muchas lecturas de diarios de viaje decimonónicos han afectado mi razón más allá de lo convencionalmente recomendable.
En primer término se encuentra la fase que denomino «primer amor». Aquí surge la chispa; crece el deseo y, envuelto en los hormigueos del enamoramiento, se anhela con fervor adolescente visitar el lugar en cuestión. Ahora bien, para “el buscador” esa visita requiere una segunda fase llamada «cortejo».
En el cortejo se despliegan nuestras mejores capacidades para adquirir un mayor conocimiento de nuestro objeto de deseo. Este momento no es baladí, de él depende en buena medida el éxito de nuestra tercera fase: el «encuentro».
En el encuentro “el buscador” no se limita a realizar una visita de cortesía, una mera formalidad con la que completar su agenda. En el encuentro se plasman vívidamente todas las calenturientas fantasías que hemos ido construyendo en fases anteriores, y en ocasiones, no siempre, la química favorece la aparición del verdadero amor. Cuando esto ocurre, la última fase llega a perdurar largo tiempo a través de la «evocación».
Muchos evocan sus encuentros visionando y escuchando una y otra vez el material audiovisual obtenido, otros usan de las redes sociales para dar perdurabilidad al evento, y algunos, entre ellos “los buscadores”, tratamos de recrear el acontecimiento escribiendo, ves a saber con qué ínfulas, en un humilde blog.
El hecho de dar forma en negro sobre blanco a los avatares diversos del "buscador" es especialmente recomendable en mi caso, dado mi permanente olvido, y pereza, por qué no decirlo, a realizar las fotografías o vídeos de rigor. Amén de mi maniática obsesión por no salir en plano. Discúlpenme mis sufridos lectores si no amenizo estas aburridas parrafadas con mayor profusión de documentación gráfica, aunque tampoco, créanme, es mi intención hacer de cada post un reportaje del Hola. Quizá, llevado de una cierta locura quijotesca, las muchas lecturas de diarios de viaje decimonónicos han afectado mi razón más allá de lo convencionalmente recomendable.
Hünersdorfstrasse en Gotha |
Nos detuvimos en Gotha, a medio camino entre Eisenach y Erfurt, para acallar nuestros quejumbrosos estómagos. Transitábamos por una cómoda carretera comarcal que atravesaba un suave paisaje agrícola; los tractores que ralentizaban nuestra marcha forzaron, en cierta medida, la situación. No había intención alguna de hacer un alto en el camino, pero como anteriormente he expresado: en ocasiones los extras nos sorprenden.
Hünersdorfstrasse en Gotha. Al fondo el Rathaus. |
Tomamos desde Neumarkt la Hünersdorfstrasse, sin rumbo aparente, lo que vulgarmente se
entiende como un paseo para “estirar las piernas”. Al poco, desembocamos de
forma imperceptible en una amplia y agradable calle justo en su convergencia
con el pintoresco Rathaus. Al fondo, al
sur de la ciudad, en lo alto de la empinada avenida, advertimos una
construcción de grandes dimensiones. Movidos por la curiosidad, enfilamos con
presteza nuestros pasos hacia tan imponente edificio. Por el camino, realizando
una breve parada en una librería de viejo que exhibe hermosos grabados en su
aparador, y que dan fe de la importancia que en sus tiempos tuvo el enclave,
nos percatamos que en la fachada de un edificio contiguo se exhibe una placa que
nos advierte acerca de la estancia de Lucas Cranach en la ciudad.
Ernesto I, el piadoso |
Ya en lo alto, al
tiempo que conjeturamos con la posibilidad que aquella inmensa fachada fuera una
universidad, una escultura de algún histórico personaje, al que le encontramos
cierta familiaridad a Cromwell o al Cardenal Richelieu, nos da la bienvenida. El
encuentro ha sido casual, sin fases previas; a pesar de ello y de nuestra falta
de preparación, nos envuelve un cierto cosquilleo previo al enamoramiento.
Las vistas de la ciudad desde tan privilegiada atalaya nos cautivan de tal forma que,
sin mediar palabra alguna, decidimos aventurarnos a desentrañar los ocultos misterios
de la plácida Gotha.
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