«En Núremberg, nuestras
unidades, que entraron desde el Norte y desde el Este, han enlazado, y otros
elementos penetraron en la ciudad desde el Sur. La resistencia ha ido creciendo
a medida que dominábamos las posiciones enemigas». Así rezaba el comunicado
oficial del Cuartel General del Cuerpo Expedicionario Aliado el día 19 de abril
de 1945.
Al día siguiente, 20 de
abril, un nuevo comunicado consignaba lo siguiente: «Dentro de Núremberg el
enemigo ha sido rechazado hacia un área de poco más de un kilómetro cuadrado,
en la cual se lucha de casa en casa». Ese mismo día, el Alto Mando de las
fuerzas armadas alemanas comunicaba que «la guarnición de Núremberg libra duros
combates defensivos». Al final de la jornada, varias columnas de la 3ª División de Infantería estadounidense
atravesaron los restos de la ciudad en dirección a Múnich; la batalla había
finalizado.
Pocos meses antes, el 2
de enero de 1945, un contundente bombardeo de las fuerzas aéreas británicas
había castigado ostensiblemente la ciudad; para ese 20 de abril, y después de
cinco largos días de duros enfrentamientos, la que fuera la joya del Reich, la
ciudad por excelencia del nacionalsocialismo, no era más que una siniestra amalgama
de cadáveres, almas desamparadas y ruinas.
Si por toda Alemania es
difícil no volver la vista atrás, en Núremberg se hace imposible; pero sus ciudadanos,
afables y hospitalarios, tienen el mérito de haber transformado una ciudad
herida de muerte, casi extinta, en un enclave dinámico, turístico y bullicioso,
jovial y pletórico, que se complace en enfrentar su pasado con encomiable valentía.
Caminando por la Johannisstrasse en dirección al centro
histórico, pronto acertamos a distinguir en la lejanía las dos prominentes
agujas de la Iglesia de San Sebaldo que se levantan ufanas por encima del
recinto amurallado. Poco antes, y en esa
misma avenida, habíamos hecho un alto en un pequeño restaurante llamado Barockhäusle que, para nuestra sorpresa,
albergaba en su interior un cuidado patio, lo que por estos lugares se llama Biergarten, anexo al Jardín de las
Hespérides (Hesperidengärten). La creación de este recinto se remonta a época
barroca, en los tiempos que las adecentadas familias que poseían propiedades en
aquel distrito buscaron dar lustre a su nivel social con este tipo de jardines
de estilo italiano.
Weissgerbergasse. Núremberg. |
Atravesando la muralla
de la ciudad antigua tomamos la Weissgerbergasse,
lugar donde antaño se concentraban los curtidores, y que nos recuerda la
relevancia artesanal de este enclave durante el Medievo. Y en este sentido,
valga el paréntesis, los muchos relatos de viajeros decimonónicos que nos han
llegado convergen en señalar el carácter industrioso de estas gentes. Curiosamente
en esta zona, una de las más antiguas, se salvaron de los bombardeos algunas de
las construcciones originales, siendo hoy día una coqueta calle peatonal de típicas
casas de entramado de piedra y madera, llamadas Fachwerkhaus, sazonada de pequeños cafés y comercios.
Fachwerkhaus en la Weissgerbergasse. Núremberg. |
De este modo, sumergidos
en actores de una estampa costumbrista, llegamos plácidamente hasta las
inmediaciones de la Sebalduskirche.
Entrando en el recinto,
aprovechamos la estancia de un nutrido grupo de turistas italianos,
capitaneados por una atractiva guía, para ejercitar una de nuestras mejores
aficiones: jugar al despiste y aprovechar el recorrido. Cierto, es una capacidad
que mi fiel compañera y yo tenemos muy cultivada y de la que somos curtidos
veteranos.
En cualquier caso, y
enroscados en ese divertido juego del “me voy y vengo” y del “por aquí pasaba
yo también”, la visita transcurre según sus fueros: fechas, fases, estilos,
retablos, cofres, tallas, relieves, una simpática anécdota aquí y otra gracia
allá. Hay, no obstante, momentos de una cierta solemnidad, especialmente ante
los supuestos restos del santo eremita Sebaldo, alojados en un espléndido
sarcófago en plata y custodiados por el
impresionante sepulcro en bronce realizado por el taller de Peter Vischer.
Por mi parte, me
produce una cierta excitación transpirar en este mismo entorno en el que el
maestro Pachelbel recibió las aguas del bautismo y ejerció como organista los últimos
años de su vida. Fue durante su postrera estancia en esta ciudad cuando se
publicó su Hexachordum Apollinis, una
colección de sencillas arias para
teclado, entre ellas la titulada Aria
Sebaldina, que dedicó a otro de los grandes de la música barroca alemana: Buxtehude.
Sebalduskirche |
Algo insospechado, y
realmente insignificante en relación a las obras artísticas que nos rodean,
hace que nuestra estancia en el templo se demore más de lo previsto. Y es esto,
francamente, lo que traspasa con mayor énfasis nuestros ánimos, llevando visos
de perdurar en el tiempo. De las estilizadas columnas penden unos carteles explicativos,
que, con el acompañamiento de su foto correspondiente, dan cuenta de forma
secuencial de la completa destrucción del sagrado recinto durante la guerra y
su posterior reconstrucción, ya pasado el conflicto.
Junto a las fotos y la
descripción hay estimulantes textos que invitan al visitante a la reflexión. Un mensaje que en resumidas cuentas nos advierte y alienta a que los
terrores del pasado han de servir para cimentar una paz duradera.
Efectivamente, las torres de San
Sebaldo volvieron en 1957 a elevarse airosas hacia los cielos, y con ellas, la ilusión
de una renovada fraternidad.
Saliendo al exterior
levantamos la mirada. Nos conmueve pensar en lo inabarcable del ser humano, tanto
para lo más indigno como para las más altas proezas. Mientras estas torres
permanezcan, pensamos, la esperanza seguirá viva. Algo nos ha trastocado; será,
creo yo, el espíritu de San Sebaldo.
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