
Tengo sobre mi mesa un
viejo cuaderno de notas que había quedado en el olvido. Son apuntes, con
caligrafía nerviosa y casi inteligible, que tomé hace ya una década durante una
estancia en Roma.
Se encontraba sepultado
este cuaderno entre muchos papeles y libros, cumpliendo penitencia por eso de
que lo novedoso, o si se quiere, lo digital, siempre se nos antoja mejor a lo
antiguo. Aunque convendrán muchos conmigo en sostener que para esto de
conservar recuerdos, el papel y la tinta ofrece en ocasiones mayores garantías
que los medios digitales.
Siquiera como
excepción, esta es mi experiencia, pues no son pocos los escritos y fotografías
que por mi mala cabeza se han echado a perder en una larga procesión de
dispositivos desahuciados.
¡Bendito blog! Y aunque
solo sirva para deleite propio, se convierte en afortunada excusa que redime
recuerdos que andaban ya difusos en esa divisoria que se encuentra entre lo
soñado y lo vivido. ...