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23 sept 2016

Londres: Ofelia y Elisabeth, cuando la gastronomía pasa a un segundo plano

Engendros comestibles servidos en cafeterías y restaurantes de los museos hay muchos, pero especial mención merece el trozo de ternera seco y tieso, tirando a mojama, que, acompañado por un fangoso y anodino puré de patatas, tuve la osadía de escoger en el self service de la Tate Britain.

Tate Britain
Tate Britain

Aquel día de asueto en Londres tenía planteados tres objetivos lúdico-festivo-culturales que cumplir. Por la mañana visita a la Wallace Collection y rebuscar bajo las enaguas de una bella damisela, a saber que misterios hay ocultos en El Columpio de Fragonard; mediodía y tarde sesión de prerrafaelitas en la Tate; ya por la noche, Vivaldi en St. Martin's in the Fields. Con prisa japonesa pude cumplir con los tres compromisos.

Ofelia. John Everett Millais
Ofelia. John Everett Millais

El encuentro con la Ofelia de Millais eclipsó el resto de actividades. Diría que la joven de tez lívida me esperaba abandonada lánguidamente en su lecho fluvial; no muerta, sino sumida en un profundo letargo. Aún resonaban, perdidos, los ecos de las cancioncillas que entonaba en su ingenua locura; aún flotaban a su vera las muchas florecillas y hierbas que la triste amante recogía por las riberas, adornos y presentes con los que se zafaba de sus desdichas; aún el sauce, caído, meciendo sus hojas al vaivén de la corriente, no había cesado de derramar su llanto por la inocente vida sesgada.
Sus manos, en actitud de plegaria, húmedas e inertes, asomaban sutilmente de las calmosas aguas para ser tomadas por un alma justa que la redimiese de su postración. Quise, por instantes, llevado de un ímpetu insoslayable, ser el bienaventurado que llevara a cabo la proeza. Lentamente, conmocionado, y aún faltándome la respiración, me fui aproximando al óleo. Un sudor frio recorría mi espalda. Repentinamente, los vivos colores del lienzo y la multitud de formas silvestres, se trastocaron en una gigantesca imagen caleidoscópica, girando a gran velocidad alrededor de la doliente Ofelia; la dulce hija, la resignada amante; la shakesperiana víctima de su creador. Me pareció percibir un hálito, tenue y quebradizo. Pero sucumbí a la desesperación al  sentir la frialdad de sus carnes, la rigidez de sus músculos, la vacía mirada. A punto estuve de asirla, de traerla a mi regazo, de llevarla a lugar seguro, de infundirle nueva vida,  y de colmarla, finalmente, de eternidad.

Una vigilante con feroz aspecto me devolvió a la realidad, truncando el mágico hechizo del que era objeto.


Elisabeth Eleanor Siddal
Elisabeth Eleanor Siddal
Esta Ofelia de la que Rimbaud nos dice que flota como un gran lirio recostada sobre sus velos, no solo es la infeliz criatura imaginada por Shakespeare. Es también Elisabeth Eleanor Siddal, la modelo que sirvió a Millais en duras sesiones de trabajo, sumergida en agua durante horas y soportando el enfriamiento que habría de debilitar su salud.
Por una conjunción caprichosa del destino Ofelia es Elisabeth y Elisabeth fue Ofelia. La corta vida de la joven, musa del prerrafaelismo, la llevó por un camino torturado por los celos, el amor, el desamor y la muerte.
La frágil Elisabeth, emulando las cuitas y avatares de su alter ego, decidió también dormir plácidamente, sumergiendo su rojiza cabellera y su pálida y serena belleza, en las suaves y tentadoras aguas del láudano.

Recuperado del trance que me había subyugado, abandoné la sala en dirección al restaurante del museo.
Andaba enzarzado en un imposible, intentando cortar un trozo de carne que llevarme a la boca; cerré los ojos resignado. Un instante, y de nuevo la ensoñación: En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, flota tan lentamente, recostada en sus velos...


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19 sept 2016

Roma: ET IN ARCADIA EGO. ¿Aquí también?

Otoño en Roma. Temprano.
Salgo del modesto hotel en lo alto del Quirinal y me dirijo hacia el centro escoltado de los múltiples sonidos del tráfico matutino.
El sol no muestra visos de aparecer. El día gris crea esa bucólica atmósfera que la estación otoñal nos regala de vez en cuando.
Me pierdo a la búsqueda de una cafetería donde tomar mi primer  espresso.
En una plaza peatonal que se encuentra cercana a la Via del Corso dos jóvenes italianas detienen mi paso. Son miembros de Greenpeace y andan en busca de suscriptores de la causa ecologista.
Durante un rato entablamos conversación. En esas estamos cuando el preñado cielo gris, quizá enojado por mi italiano, descarga una pesada lluvia que nos obliga a correr en busca de refugio.
El primer resguardo que encontramos es una techumbre porticada que sobresale de una construcción a nuestras espaldas. Es una iglesia. Les pregunto a las amigas italianas por el edificio en cuestión. Una de ellas,  la que aparenta mejores dotes comerciales, me responde que es la Chiesa di San Lorenzo; San Lorenzo in Lucina, aclara.
Escampa la tormenta. Las jóvenes, frustradas por mi implacable defensa a no dar mis datos personales, marchan en busca de nuevos adeptos. Por mi parte, aprovecho la coyuntura para visitar el lugar.

Chiesa di San Lorenzo in Lucina
Chiesa di San Lorenzo in Lucina

La iglesia es modesta en dimensiones y carece de la frialdad que caracteriza a otros grandes edificios sacros de Roma. Priman los colores ocres, burdeos y dorados. Ayuda a ello, así creo, el bajo artesonado del techo que se encuentra en perfecto estado de conservación. Del mismo modo, las capillas laterales decoradas al más puro estilo barroco aumentan la sensación de calidez. Agradezco en una mañana como esta ese entorno visual que reconforta el cuerpo y el espíritu.
Doy un paseo perimetral por el recinto como tengo por costumbre. Mantengo la mirada en el Cristo crucificado de Guido Reni que preside el altar mayor. Tomo asiento en uno de los bancos del ala derecha, justo a la altura de la Capilla Fonseca, un ilustre médico del XVII. Observo allí su busto que, saliente de un falso ventanal del muro, al modo de nicho, parece cobrar vida dirigiendo su devota mirada hacia el retablo del altar. El retablo se encuentra sostenido por dos oscuros ángeles de admirable factura y coronado por una bóveda dorada  salpicada de seres angelicales. La capilla es obra del omnipresente Bernini, cuyo talento uno no puede nunca dejar de admirar.

Capilla Fonseca. Detalle de la bóveda
Capilla Fonseca. Detalle de la bóveda
No dejo pasar mucho el tiempo, pues se intensifica la necesidad de ingerir algo caliente. Al incorporarme para salir, hete aquí que caigo en cuenta de un elemento que me había pasado del todo inadvertido. Se trata de una estela en mármol blanco adosada a uno de los pilares que sostienen los arcos de las diferentes capillas. Visto en perspectiva, me sorprende no haber reparado en ella, pues destaca  de los lóbregos confesionarios que se encuentran apostados a sus lados.
La obra es el monumento funerario al célebre pintor Nicolás Poussin, que ejerció gran parte de su actividad en la Ciudad Eterna y fue inhumado en esta misma iglesia en el año 1665. Esta lápida está coronada por un tejado a dos vertientes ornado con una hoja de palma en su vértice. En la parte superior se encuentra una hornacina con el busto del ilustre pintor; el centro lo ocupa un relieve en cuya inscripción puede leerse:

F. A. DE CHATEAUBRIAND
A
NICOLAS POUSSIN
POUR LA GLOIRE DES ARTS
ET LHONNEUR DE LA FRANCE

Descubro con sorpresa que fue erigida por orden de François-René de Chateaubriand en el año 1829, en los tiempos en que fuera embajador ante la Santa Sede al servicio de la restituida monarquía borbónica.
Chateaubriand, por su capacidad literaria e intelectual, despierta mis simpatías, a pesar, incluso, de la vena elitista y ultraconservadora que siempre le acompañó. Influye en ello, estoy convencido, la lectura de sus Memorias de ultratumba, obra que devoré hace ya algunos años en casi su totalidad: ¡Válgame Dios!
No me tomen mis sufridos lectores por un excéntrico. Estas Memorias fueron una de mis primeras adquisiciones bibliográficas de cierta entidad (Edición de Gaspar y Roig de 1871). Su compra supuso en mis años mozos tal esfuerzo económico que me obligué a leerlas para amortizar la inversión. Después, han sido motivo de consulta en innumerables ocasiones, especialmente a raíz de una biografía que tuve a bien escribir sobre José Bonaparte. Hoy día, paradojas de la vida, su precio no supera siquiera lo que cuesta un teléfono móvil de los más sencillos.

Tumba de Nicolás Poussin
Tumba de Nicolás Poussin

Al parecer, la génesis del monumento se encuentra en los deseos de Juliette Récamier, a tenor de lo que se desprende de la correspondencia recibida del vizconde de Chateaubriand: «Habéis deseado que señalase mi paso por Roma; —escribe Chateaubriand a Madame Recamier el 18 de diciembre de 1828—  ya está hecho: F. A. de Ch. a Nicolás Poussino para gloria de las artes y honor de Francia. ¿Qué me queda ya que hacer aquí?...»
Bajo la inscripción hay representado un relieve con una de las obras del pintor francés. El propio Chateaubriand escribe nuevamente a su idolatrada musa de artistas e intelectuales acerca de la elección de la obra: «El monumento del Poussino va adelantado: será noble y elegante. No podríais imaginaros cuán bien sienta en un bajo relieve el cuadro de los pastores de la Arcadia, y cuánto conviene a la escultura»



La Arcadia griega era la región donde habitaba el dios Pan con su pléyade de seres mitológicos. Habitantes que de manera rústica e ingenua vivían felices y despreocupados en medio de bosques y fértiles valles surcados de riachuelos que manaban de los inagotables manantiales de los montes.
Desde Virgilio se asocia esta tierra con un reino mágico y de ensueño, ajeno a las inquietudes mundanas, donde el hombre vive en plena comunión con la naturaleza.

Nicolas Poussin. Los pastores de la Arcadia. Museo del Louvre
Nicolas Poussin. Los pastores de la Arcadia. Museo del Louvre

En Les Bergers d’Arcadie, Poussin representa a un grupo de tres ingenuos pastores, acompañados de una mujer, como  habitantes de la arcádica región. Contemplan una austera tumba en el centro del sereno paisaje, e inquieren acerca del significado del epígrafe de la misma: ET IN ARCADIA EGO
La mujer aparenta conocer su interpretación, podría ser una sacerdotisa o bien tratarse del Destino o, incluso, de la propia Muerte, como apunta el antropólogo Lévi-Strauss.
Yo también estoy aquí: es el final que, incontestable, nos ha de llegar con la muerte. La tumba y su inscripción, y hasta la propia mujer de sereno semblante, son un elemento perturbador del idílico vivir, un memento mori que nos acerca a la vanidad de la vida y a la universalidad de la muerte.


Salgo de la iglesia. La lluvia ha cesado por completo; el sol, no obstante, no lleva trazas de aparecer. Hoy me las prometía felices callejeando por la antigua Roma de ruina en ruina y museo en museo, cual habitante de la idílica región de las despreocupaciones. Por el momento, entro en una cafetería, abatido y apesadumbrado. Pido un espresso y, entre sorbo y sorbo, voy ahogando mi inherente angustia existencial.
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17 sept 2016

Núremberg: el valor de las ruinas




 ¡Ah! ¡cómo se ha eclipsado tanta gloria!... ¡Cómo se han perdido tantos afanes!... ¡Así perecen las obras de los hombres! ¡Así sucumben los imperios y las naciones!. 

Conde de Volney



Desorientados, llevamos varios rodeos, estación arriba, estación abajo, tratando de encontrar la parada del tranvía número nueve que nos ha de llevar al Centro de Documentación. La estampa de turistas peripatéticos parece llamar la atención de un hombre que sale de un edificio de oficinas situado en la Marienstrasse.

—Guten Tag! —saluda el alemán acercándose con aires de curiosidad.
—Guten Tag! —respondo algo azorado—. … neun Strassenbahn… bitte

El alemán se nos queda mirando con cierta perplejidad. Ante mi torpeza lingüística, y antes de dar paso al concurrido recurso del inglés, se impone el uso de un revolucionario y eficaz método de comunicación: desplegar el plano y aplicar con contundencia el índice sobre el lugar de destino.

Dokuzentrum…, bitte…, Dokuzentrum…, Strassenbahn…

Pausadamente el alemán se coloca las gafas de lectura que lleva colgadas del cuello y asiente con la cabeza. Con señal inequívoca nos indica que le sigamos.

Sentados en el tranvía hojeo, por los puntos que llevo señalados, las Memorias* de Albert Speer, el que diera, entre otras cosas, forma arquitectónica a la megalomanía hitleriana. Es un tomo de extensión considerable que escribió durante su  confinamiento en Spandau.
Leo: «…en julio de 1933, me llamaron a Núremberg. Se preparaba en esta ciudad el primer Congreso del Partido desde su entrada en el Gobierno. El poder que había alcanzado el partido victorioso debía tener su expresión en la arquitectura escénica (la cursiva es mía)».
Efectivamente, nos acercamos a uno de los escenarios míticos de la geografía ideológica y propagandística del nacionalsocialismo. En este enclave, en los alrededores del estanque Dutzendteich, se dieron, entre 1933 y 1938, los Congresos anuales del Partido, unos fastos que quedaron inmortalizados en El Triunfo de la Voluntad de Leni Riefenstahl, mítico documental de 1934. El film, valga decir, supuso para su directora, a la que Speer señala como una mujer «que manejaba sin miramientos aquel mundo de hombres para lograr sus fines», la consolidación de sus cualidades artísticas.

Dokumentationszentrum. Núremberg
Dokumentationszentrum. Entrada

Final de trayecto. Frente a la parada  se encuentra a escasos metros el acceso al Centro, situado en las dependencias del inacabado Palacio de Congresos. Antes de entrar para visitar la exposición Fascinación y terror, se impone un recorrido por los restos del Zeppelinfeld (Campo de Zeppelin), denominado así en honor del conde Ferdinand von Zeppelin, a cuenta de las maniobras que de estos dirigibles se realizaron en este lugar a inicios del siglo XX.
Poco queda del emblemático complejo ideado por Speer. Enmudecido entre pistas de pruebas, almacenes y aparcamientos, a duras penas resalta su presencia. Con todo, ahí está, aleccionando al paseante desde su adormecida tribuna, pedestal en otros tiempos de arengas e inflamadas oratorias, acerca de los múltiples estragos de la vanidad.
« Me engañaba a mí mismo —escribe Speer— al querer olvidar que lo que aquellas obras tenían que representar era un escenario monumental, como el que ya se había intentado construir mucho antes, si bien con medios más modestos, en el parisino Campo de Marte durante la Revolución Francesa». A tal efecto, e inspirándose en la formidable escalinata helenística flanqueada por dos cuerpos de piedra del Altar de Pérgamo, el arquitecto diseñó una obra colosal de 390 metros de largo por 24 de altura. Un escueto «de acuerdo» formulado por el Führer dio vía libre al proyecto.

Zeppelinfeld
Zeppelinfeld 



Memorias en mano y apostado en las gradas leo un pasaje más antes de visitar la exposición: «A Hitler le gustaba explicar que edificaba para legar a la posteridad el espíritu de su tiempo. Opinaba que, finalmente, lo único que nos hace recordar las grandes épocas históricas son sus monumentos. ¿Qué quedaba de los emperadores romanos? ¿Qué testimonio habrían dejado si no fuera por sus obras? Hitler afirmaba que en la historia de un pueblo se dan siempre períodos de declive, y entonces los monumentos reflejan el poder que tuvo en otro tiempo….Así, las obras del Imperio Romano permitían a Mussolini remitirse al espíritu heroico de Roma cuando trataba de divulgar entre su pueblo la idea de un Imperio moderno. Nuestras obras también tendrían que hablar a la conciencia de la Alemania de los siglos venideros. Con este argumento Hitler subrayaba también la importancia de que las construcciones fueran perdurables».

Kongresshalle
Kongresshalle




Desde su acceso suroeste a través de la Grosse Strasse, la calle por la que habrían de discurrir las grandes paradas militares y en la que aún pueden verse en sus laterales restos de pequeñas gradas, se obtienen las mejores perspectivas del Palacio de Congresos o Kongresshalle. Este gran coliseo, diseñado a imagen y semejanza del Anfiteatro Flavio por los arquitectos Ludwig Ruff y su hijo Franz, estaba concebido para albergar a cerca de 50.000 personas, una minucia, en realidad, si se compara al complejo proyectado por Speer para el Deutsche Stadion, con capacidad prevista para 400.000.

La exposición Fascinación y terror es toda una experiencia. Bien estructurada, tiene el mérito de haberse diseñado para todos los públicos, abundando el material audiovisual. El recorrido cronológico, focalizado en gran parte en la ciudad de Núremberg, que en su día fue declarada Ciudad de los Congresos del Partido, nos lleva desde el surgimiento del Partido Nacionalsocialista hasta los famosos Juicios. No obstante, echamos en falta ciertos aspectos de la locura nazi que se pasan de soslayo.

Salimos. Paseando a orillas del estanque extendemos la vista hacia la gran planicie (Reichsparteitag) que habría de manifestar las glorias del Reich de los Mil Años. Nada hay de aquel aquelarre arquitectónico ideado por Speer a instancias de su visionario Führer, tan solo unos pocos restos; vestigios que ni tan siquiera tienen el valor romántico, o testimonial que el arquitecto, inspirado por la estética de las ruinas dóricas, había defendido con tanto tesón en su Teoría del valor de la ruina. Estas pocas piedras no exhiben la grandeza de un pueblo, no exudan nobleza por sus ennegrecidos poros. Se les supone, en todo caso, el valor simbólico de alertar acerca de los sueños que, transformados en pesadilla, arrastran al ser humano a sus propios infiernos.

Unos niños tiran trozos de pan al agua. Al unísono, aparecen a diestra y siniestra del estanque numerosos patos que, en perfecta formación de escuadra naval, se dirigen al objetivo. Los pequeños ríen y vociferan animados por el espectáculo.   La vida, efímera, continúa.

* Albert Speer, Memorias, traducción de Ángel Sabrido, El Acantilado, Barcelona, 2001


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11 sept 2016

Núremberg: a vueltas por la Altstadt.

Temprano. En la Hauptmarkt los comerciantes se emplean en ir montado sus tenderetes. Núremberg se despereza para reafirmarse un día más en su continuo trasiego. Aún los sonidos aparecen nítidos, anuncios dispersos de lo que está por llegar. Las puertas de las furgonetas se abren y cierran casi de un modo contrapuntístico, y las cajas llenas de viandas golpetean sobre las mesas como si de un bajo continuo se tratara. Como a toque de llamada se intensifica el tráfico de los vendedores, y en sus expresiones, se descubre el ánimo del que espera obtener un sustancioso día. Aquí y allá, como batallón entrenado, levantan sus pendones para encarar la batalla, y en un santiamén, el cielo de la gran plaza se va tiñendo del rojiblanco a rayas de los entoldados.
En una esquina, el apaisado mural que luce en la fachada de la Cámara de Comercio, donde se representa una caravana de comerciantes escoltados por soldadesca imperial, homenajea la ancestral vocación de estas gentes.

Cámara de Comercio e Industria de Núremberg y Franconia Central
Fachada de la Cámara de Comercio e Industria de Núremberg y Franconia Central

Detonan los olores mañaneros al pasar frente la Frauenkirche, adornando el paso con aromas entremezclados a menta, albahaca, uva y sandía. Impacientes, en lo alto de su fachada, apostados en el insólito carrillón, el emperador Carlos IV y los sietes electores esperan, acompañados de ángeles y tamboriles, la sonada de mediodía que rememore nuevamente la bulla aurea que los liberó del omnipresente poder papal.

Hauptmarkt y Frauenkirche
Hauptmarkt y Frauenkirche
Apartada, la Schönner Brunnen (la Fuente Hermosa) dormita todavía, solitaria, haciendo acopio de fuerzas, así creemos, para recibir con júbilo a las muchas gentes que acudirán a ella esperanzadas en alcanzar sus parabienes.
El corazón de la ciudad comienza a latir, y a su ritmo, recorremos sus entrañas por recovecos insospechados, tapizados de piedra adoquinada.

Al norte, el Castillo Imperial. Emblemático. Su pétrea estampa se impone a lo largo de todo el recorrido recortando silencioso el horizonte. Desde su rocosa atalaya nos aparece inmutable viendo pasar los tiempos. Tiempos que conoció mejores, y de los que parece sentir cierta nostalgia; tiempos en los que daba abrigo con frecuencia a los emperadores del Sacro Imperio; tiempos en los que en su seno se forjaban muchas de las leyes que habrían de regir los destinos  de miles de almas; tiempos de gloria, en definitiva, que compartía con las ciudades de Frankfurt y Aquisgrán.

Bajamos. La Casa de Alberto Durero, a pies del imperial promontorio, hace que no olvidemos las glorias de los hijos de esta Florencia alemana; glorias que hábilmente fueron entroncadas al panteón cultural germano y ensalzadas, en muchos casos, por los románticos resortes del XIX. Aún sin sacudirnos del todo el ensueño de períodos imperiales, acertamos a conocer algunas facetas más de este  personaje que, cual demiurgo, nos observa con sugestiva mirada en un medio plano frontal; algo inusitado y atrevido, por cierto, en los autorretratos de los pintores del momento. La lámina que vemos es una copia del original que se encuentra en Munich. 
Es aquí, en este barrio del Castillo, en esta cuna de impresores, donde el artista del buril mamó del arte del grabado y perfeccionó, como no se había hecho hasta entonces, el dibujo para estampa, elevando su rango a cotas de maestría insospechadas. Fue también en la admiración que le proporcionaban las vistas del Kaiserburg donde el erudito geómetra, el meticuloso tratadista del arte de dibujar el cuerpo humano, el émulo de las perspectivas renacentistas italianas, dio a imprenta sus sabios consejos, o mejor, sus Varias lecciones (Etliche Unterricht) acerca de la fortificación de villas, burgos y castillos; obra que dedicó al más español de los nietos de Maximiliano I, el infante Fernando.

Heilig-Geist-Spital sobre el Río Pegnitz
Heilig-Geist-Spital sobre el Río Pegnitz
En dirección sur atravesamos el río Pegnitz por la  Königstrasse, de cuyo puente se obtienen las más pintorescas vistas de lo que fuera el antiguo Hospital del Espíritu Santo (Heilig-Geist-Spital). Proseguimos hasta llegar a los dominios de la admirable Iglesia de San Lorenzo, la cual, desde su fundación, rivaliza con la de San Sebaldo, y todo a cuentas del caprichoso discurrir del Pegnitz, que divide en dos la ciudad. 
Suena lo que creo es Bach: ¡Excelso! Ameniza el paseo un violinista a pie de calle: ¡Maldita memoria!  Estoy convencido que es una de sus partitas para violín; la segunda no, con seguridad.
Mi fiel compañera, con un sexto sentido para estas cosas, advierte en la zona presencia próxima de comercios, especialmente, de los dedicados al buen arte de vestir a la mujer. Por momentos nuestros destinos se distancian, y al tiempo que ella toma la Karolinenstrasse en busca de su unicornio blanco, aprovecho a fumar mi cigarrillo de rigor, absorto en la contemplación del doble rosetón de la fachada de la Lorenzkirche.

Tocando fin la jornada y a punto de salir extramuros, nos dejamos caer bajo la Frauentorturm (Torre de las Mujeres), a cuya sombra se alberga el llamado Patio de los Artesanos (Handwerkerhof); un pequeño reducto sazonado de casitas que albergan coquetas tiendas y típicos bares. Momento oportuno para nuestro solaz y refrigerio.

—Vamos a ver las fotos. ¿Cómo quedaron? —pregunta mi fiel compañera.
—Bien, luego, más tarde. —respondo huidizo.
—Ya. ¿Cuántas has hecho?
—Alguna que otra. Pocas en realidad….
—Como siempre ¿no?
—Sí, dos o tres. De verdad, me da mucha pereza.
—Eres incorregible.
—Ya mañana, quizá.
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5 sept 2016

Núremberg: el espíritu de San Sebaldo.

«En Núremberg, nuestras unidades, que entraron desde el Norte y desde el Este, han enlazado, y otros elementos penetraron en la ciudad desde el Sur. La resistencia ha ido creciendo a medida que dominábamos las posiciones enemigas». Así rezaba el comunicado oficial del Cuartel General del Cuerpo Expedicionario Aliado el día 19 de abril de 1945.
Al día siguiente, 20 de abril, un nuevo comunicado consignaba lo siguiente: «Dentro de Núremberg el enemigo ha sido rechazado hacia un área de poco más de un kilómetro cuadrado, en la cual se lucha de casa en casa». Ese mismo día, el Alto Mando de las fuerzas armadas alemanas comunicaba que «la guarnición de Núremberg libra duros combates defensivos». Al final de la jornada, varias columnas  de la 3ª División de Infantería estadounidense atravesaron los restos de la ciudad en dirección a Múnich; la batalla había finalizado.
Pocos meses antes, el 2 de enero de 1945, un contundente bombardeo de las fuerzas aéreas británicas había castigado ostensiblemente la ciudad; para ese 20 de abril, y después de cinco largos días de duros enfrentamientos, la que fuera la joya del Reich, la ciudad por excelencia del nacionalsocialismo, no era más que una siniestra amalgama de cadáveres, almas desamparadas y ruinas.
Si por toda Alemania es difícil no volver la vista atrás, en Núremberg se hace imposible; pero sus ciudadanos, afables y hospitalarios, tienen el mérito de haber transformado una ciudad herida de muerte, casi extinta, en un enclave dinámico, turístico y bullicioso, jovial y pletórico, que se complace en enfrentar su pasado con encomiable valentía.

Caminando por la Johannisstrasse en dirección al centro histórico, pronto acertamos a distinguir en la lejanía las dos prominentes agujas de la Iglesia de San Sebaldo que se levantan ufanas por encima del recinto amurallado.  Poco antes, y en esa misma avenida, habíamos hecho un alto en un pequeño restaurante llamado Barockhäusle que, para nuestra sorpresa, albergaba en su interior un cuidado patio, lo que por estos lugares se llama Biergarten, anexo al Jardín de las Hespérides (Hesperidengärten). La creación de este recinto se remonta a época barroca, en los tiempos que las adecentadas familias que poseían propiedades en aquel distrito buscaron dar lustre a su nivel social con este tipo de jardines de estilo italiano.

Weissgerbergasse. Núremberg.
Weissgerbergasse. Núremberg.
Atravesando la muralla de la ciudad antigua tomamos la Weissgerbergasse, lugar donde antaño se concentraban los curtidores, y que nos recuerda la relevancia artesanal de este enclave durante el Medievo. Y en este sentido, valga el paréntesis, los muchos relatos de viajeros decimonónicos que nos han llegado convergen en señalar el carácter industrioso de estas gentes. Curiosamente en esta zona, una de las más antiguas, se salvaron de los bombardeos algunas de las construcciones originales, siendo  hoy día una coqueta calle peatonal de típicas casas de entramado de piedra y madera, llamadas Fachwerkhaus, sazonada de pequeños cafés y comercios.

Fachwerkhaus en la Weissgerbergasse. Núremberg.
Fachwerkhaus en la Weissgerbergasse. Núremberg.
De este modo, sumergidos en actores de una estampa costumbrista, llegamos plácidamente hasta las inmediaciones de la Sebalduskirche.

Entrando en el recinto, aprovechamos la estancia de un nutrido grupo de turistas italianos, capitaneados por una atractiva guía, para ejercitar una de nuestras mejores aficiones: jugar al despiste y aprovechar el recorrido. Cierto, es una capacidad que mi fiel compañera y yo tenemos muy cultivada y de la que somos curtidos veteranos.
En cualquier caso, y enroscados en ese divertido juego del “me voy y vengo” y del “por aquí pasaba yo también”, la visita transcurre según sus fueros: fechas, fases, estilos, retablos, cofres, tallas, relieves, una simpática anécdota aquí y otra gracia allá. Hay, no obstante, momentos de una cierta solemnidad, especialmente ante los supuestos restos del santo eremita Sebaldo, alojados en un espléndido sarcófago en plata y  custodiados por el impresionante sepulcro en bronce realizado por el taller de Peter Vischer.
Por mi parte, me produce una cierta excitación transpirar en este mismo entorno en el que el maestro Pachelbel recibió las aguas del bautismo y ejerció como organista los últimos años de su vida. Fue durante su postrera estancia en esta ciudad cuando se publicó su Hexachordum Apollinis, una colección de sencillas arias  para teclado, entre ellas la titulada Aria Sebaldina, que dedicó a otro de los grandes de la música barroca alemana: Buxtehude.

Sebalduskirche
Sebalduskirche
Algo insospechado, y realmente insignificante en relación a las obras artísticas que nos rodean, hace que nuestra estancia en el templo se demore más de lo previsto. Y es esto, francamente, lo que traspasa con mayor énfasis nuestros ánimos, llevando visos de perdurar en el tiempo. De las estilizadas columnas penden unos carteles explicativos, que, con el acompañamiento de su foto correspondiente, dan cuenta de forma secuencial de la completa destrucción del sagrado recinto durante la guerra y su posterior reconstrucción, ya pasado el conflicto. 
Junto a las fotos y la descripción hay estimulantes textos que invitan al visitante a la reflexión. Un mensaje que en resumidas cuentas nos advierte y alienta a que los terrores del pasado han de servir para cimentar una paz duradera.
Efectivamente, las torres de San Sebaldo volvieron en 1957 a elevarse airosas hacia los cielos, y con ellas, la ilusión de una renovada fraternidad.

Saliendo al exterior levantamos la mirada. Nos conmueve pensar en lo inabarcable del ser humano, tanto para lo más indigno como para las más altas proezas. Mientras estas torres permanezcan, pensamos, la esperanza seguirá viva. Algo nos ha trastocado; será, creo yo, el espíritu de San Sebaldo.
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3 sept 2016

Gotha: una sorpresa en el camino. Ernst der Fromme. (II)

El ínclito personaje de aspecto apacible que tenemos frente a nosotros es Ernesto I, apodado «el piadoso», y el propio Oliver Cromwell, con el que le atribuíamos cierta familiaridad, dijo de él que se contaba como uno de los príncipes más sabios de su tiempo. Posiblemente no le faltaba razón al Lord Protector pues la memoria conservada de este gobernante, como bien hemos podido comprobar, está valorada en alta estima.
Ernesto I, ejerció su gobierno entre 1640 y 1675, fundando en primera instancia el  Ducado de Sajonia-Gotha, para, más tarde, aumentar sus dominios con el  Ducado de Sajonia-Coburgo, y finalmente, poco antes de morir, el  Ducado de Sajonia-Gotha-Altenburgo. Provenía de la Casa de Wettin, una saga dinástica de gobernantes sajones que, en su línea de los Ernestinos, se extendió por gran parte de Europa. Valga decir, a modo de curiosidad, que la actual monarca del Reino Unido y el rey Felipe de Bélgica, pertenecen a tan fecunda dinastía, una cuestión de la que las autoridades locales de esta reposada población de la Turingia están orgullosas.

Monumento a Ernesto I. Al fondo, el palacio de Friedenstein. Gotha
Monumento a Ernesto I. Al fondo, el palacio de Friedenstein.

El monumento data de 1904 y es obra del escultor berlinés Caspar Finkenberger. Como elemento relevante aparece una enorme Biblia que el piadoso príncipe sostiene en sus manos. La alusión es clara al patrocinio de Ernesto I a la publicación y difusión de la Biblia luterana. Se trata de la llamada Biblia Ernestina o Biblia de Weimar, cuya primera edición data de 1640 y fue impresa en Núremberg. Dos aspectos engrandecen esta labor: de una parte todo el trabajo pedagógico que acompañó a la publicación, con el añadido de comentarios, mapas, tablas y grabados, labor que se encargó a más de treinta teólogos relevantes de la época; por otra parte, la intencionalidad hacia su plena difusión, haciendo asequible su compra, o en su defecto, su donación.
En perspectiva, esta salvaguarda del legado luterano por parte del príncipe Ernesto supuso una verdadera rehabilitación bíblica, a tenor del debacle producido por la Guerra de los Treinta Años, convirtiendo la posesión de las Escrituras en algo completamente excepcional.  
Y no, no se asusten mis sufridos lectores si creen que toca ahora turno de parrafada en torno a la citada Guerra, asunto sobre el que intento mantener la autodisciplina y no caer en la tentación; pero si me permitiré la licencia de hacer mención a un excelente film ambientado en la época, y del que guardo un grato recuerdo por motivo de su adaptación a una representación teatral en la que algunos amigos dimos escapatoria a juveniles inquietudes intelectuales.
Se trata de El último valle, de James Clavell, basado en la novela homónima de J.B. Pick. De entre sus sesudos diálogos, destaco el mantenido entre El Capitán y el maestro Vogel (acertadísimos en sus papeles Michael Caine y Omar Sharif) acerca del propósito de la contienda:
—Matamos hombres, mujeres y niños —pronuncia El Capitán—. Veinte, treinta mil, y después lo arrasamos todo.
—¿Por qué? —pregunta Vogel.
—Venganza, si…fue en venganza por una de nuestras ciudades que, a su vez, fue arrasada en venganza por una de sus ciudades. Esta guerra es una cadena de venganzas. Probablemente la primera fue destruida para proporcionarle a algún príncipe gordinflón una mejor vista del Rhin. Lo de Magdeburg fue así de sencillo.

Puesto que mi fiel acompañante es pedagoga acertamos a resaltar una faceta más, fuera del ámbito estrictamente religioso, del sagaz gobernante Ernesto. Entre sus pre-ilustradas ordenanzas se encontraba la escolarización obligatoria de todos los niños y niñas de entre cinco y doce años. Una medida, no hay duda, adelantada a su tiempo y por la que se decía que sus campesinos estaban mejor instruidos que los nobles de otras ciudades. Andreas Reyher, rector del Gymnasium de Gotha y consejero del príncipe Ernesto hasta su muerte, fue el impulsor de tal proyecto (Gothar Schulmethodus), un modelo que, iniciado con anterioridad por Wolfgang Ratke y el famoso Comenius, fue posteriormente seguido en muchos otros Estados alemanes.

Palacio de Friedenstein. Detalle de la torre Este. Gotha
Palacio de Friedenstein. Detalle de la torre Este.
Dejamos al príncipe Ernst der Fromme, impávido en su pedestal, para continuar nuestra marcha hacia esa descomunal mole blanca coronada de pizarra que tanto nos había llamado la atención. El Palacio Friedenstein (Schloss Friedenstein), cuya construcción se inició en 1643, impone en su exterior por su grandeza y austeridad, una percepción de la que el visitante se va despojando poco a poco a medida que descubre las salas y colecciones que se albergan en su interior, con especial mención al teatro barroco, datado en 1681, que se conserva en perfecto estado.
Friedenstein significa “piedra de la paz”, un nombre con el que al parecer el piadoso Ernesto quiso exorcizar los fantasmas de la Guerra. Y en cierto modo, algún resquicio de aquella paz nos traspasa al pasear por los ajardinados alrededores hasta llegar a la espaciosa Orangerie.

Herzogliche Museum (Museo Ducal). Gotha
Herzogliches Museum (Museo Ducal)
Hacia el sur, después de traspasar el gran patio central del palacio, divisamos un edificio flanqueado de frondosos jardines que, por su pomposa arquitectura, a duras penas logramos identificar con el recinto visitado. Se trata del Herzogliche Museum (Museo Ducal) mandado construir en la segunda mitad del siglo XIX para dar cobijo a las numerosas colecciones de arte que los diferentes duques de Gotha iban acumulando.
Coincide nuestra visita con una exhaustiva exposición acerca del devenir de la dinastía Ernestina a lo largo de su historia: Die Ernestiner. Eine Dynastie prägt Europa (La Ernestina. Una dinastía que determina Europa). La profusión de fechas, nombres, datos, e información en general, es tan minuciosa que no sorprende en absoluto el gusto de estas buenas gentes por las largas genealogías, así como el predicamento alcanzado por el famoso Almanaque de Gotha, donde desde 1763 hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, quedaron consignados al detalle todos y cada uno los miembros de la aristocracia y realeza europeas.

Schlosspark. Gotha
Schlosspark.

Nuestras neuronas, ya exhaustas, requieren con urgencia de un merecido receso. Saliendo del Museo concentramos nuestra atención en un extenso parque que nos invita al descanso. Sentados en un banco a orillas de un estanque nos dejamos mecer absortos por el acompasado ir y venir de los patos sobre las apacibles aguas. A lo lejos, un templete neoclásico de reducidas dimensiones coloca la guinda en el pastel.
Aún embelesados por tan placentero instante dirigimos nuestros pasos hacia la Augustinerkirche para averiguar más cosas acerca de otro ilustre personaje de la ciudad: Friedrich Myconius. Pero esa historia, valga la redundancia, ya es otra historia. 

Barockes Universum Gotha (El universo barroco de Gotha) es una expresión que hemos visto utilizada como lema turístico; de ese universo hemos degustado un poco, muy poco, en realidad; confío en futuros encuentros poder saciar nuestro apetito. Entre tanto, seguiremos cortejando como expertos "buscadores" a nuestra deseada.
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